Se levanta el viento; se despierta la vida. “¡Se alza el viento! ¡Intentemos vivir!” escribió Paul Valéry. El viento golpea las ventanas de los cristales opacos de la cárcel. No se ve la vida cuando nos llama el viento. Se ven las imágenes de ojos ciegos que piensan y no miran. No sabemos abrir las ventanas, pero lo sabe el viento. Cuando se rompen los cristales, entra la vida con el rumor de la tormenta, o quizá la brisa dulce del amor. Una brisa tan suave que parecen de algodón las nubes que dan almas a los cuerpos, corazón a las armas, esperanza y belleza. O tormentas tan crueles que ladran los perros cuando pasa la caravana de la soledad, encima de las crestas áridas donde la arena llena de sangre las lágrimas. Aromas de alegría o de tristeza con los barcos cargados de especias o dolores. De Caribe o África. Tantos perfumes, tantos seres humanos que no conocemos ni amamos. Nacen, mueren: una chispa o un brillo. El ultimo rayo de una estrella fugaz. Huellas que pronto una ola borra