7/03/2019
Un texto de María del Rosario Sánchez Rodríguez
Un texto de María del Rosario Sánchez Rodríguez
Siempre me causa extrañeza cuando leo en las redes sociales tantas consideraciones psicológicas (y a veces contradictorias) sobre los sucesos de la vida, y se presta muy poca atención a las siguientes preguntas: ¿Por qué vivir? ¿Qué es la vida? ¿Cuál es su sentido último?
Si la meta última de la vida es la muerte, nos marcharemos como hemos venido a este mundo: desnudos. Sin nada nos dejará la muerte, como un cuerpo inmóvil, sin ninguna energía física. En la mayoría de los seres humanos falta aquello que la reviste de verdad, que nos protege del miedo.
Entonces ¿Por qué tanto frenesí de placeres, de honores, de poder? ¿Por qué el hombre se envilece se hace tan cruel para llegar a estas situaciones de vidas precarias y efímeras? El hombre siempre quiere más porque sabe, siente, o, si no lo siente claramente, adivina esta precariedad.
Cabe destacar que a menudo aquellos de nosotros más inteligentes, aquellos más poderosos, les falta la sinceridad espontánea de los anónimos o de los pobres, que la gente humilde llama “el corazón”.
Estas virtudes no se valoran lo suficiente en la actualidad.
El ser humano está condenado a repetir siempre la misma historia, a tropezar dos veces en la misma piedra porque en el fondo de su pensamiento, de su psicología, lo predominante (aunque a veces no puede o no quiere entenderlo) es una angustia fundamental que viene de muy lejos y que sobrevive cuasi genéticamente Generación tras Generación.
Esta angustia vital, a la que Don Miguel de Unamuno denominó “El sentimiento trágico de la vida” en la que predomina el deseo incontrolable de inmortalidad.
Y lo han entendido muy bien los cristianos “de verdad”. Quiero decir los que no piensan que pueden ganar “el paraíso” con actos de piedad, sino los que profesan una fe profunda en la inmortalidad del alma. Ellos no cuestionan las causas y las consecuencias. No piensan que en primer lugar deben actuar de una manera realmente moral y que después tendrán acceso a la fe en la inmortalidad ¡Todo lo contrario! Es porque ya tienen esta fe, que aman y viven con la tranquilidad de los que conocen la profundidad real de lo que importa en la vida.
Por eso, jamás me ha gustado lo que los franceses llaman “Le pari de Pascal” y nosotros “La apuesta de Pascal”, es decir:
“Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el error y la miseria. Su razón no resulta más perjudicada al elegir la una o la otra, puesto que es necesario elegir. Ésta es una cuestión vacía de contenido. Pero ¿su bienaventuranza? Vamos a sopesar la ganancia y la pérdida al elegir cruz (a cara o cruz) acerca del hecho de que Dios existe. Tomemos en consideración estos dos casos: si gana, lo gana todo; si pierde, no pierde nada. Apostará a que existe sin dudarlo”.
Esta manera de jugar con la verdad (a cara o cruz) y de elegir entre dos opciones de una manera más bien mercantil, solo la podemos aceptar porque sabemos que no es el pensamiento de Pascal, cristiano “de verdad”, pero que es una pobre incitación en la dirección de los librepensadores.
Pero todo lo anterior no da a entender que solo un cristiano “de verdad” puede vivir en paz con sí mismo. Lo entendió muy bien Kant, cuando, sin hablar de estas manifestaciones de fe religiosa, ha puesto de manifiesto la necesidad de los “imperativos categóricos”.
El imperativo categórico es una norma secular, y no mística. Según Kant, toda la moral del ser humano debe poder reducirse a un solo mandamiento fundamental, nacido de la razón, no de la autoridad divina, a partir del cual se puedan deducir todas las demás obligaciones humanas. Definió el concepto de «imperativo categórico» como «cualquier proposición que declara a una acción (o inacción) como necesaria». En su opinión, las máximas morales anteriores se basaban en imperativos hipotéticos, por lo cual no eran de obligado cumplimiento en cualquier situación y desde cualquier planteamiento moral, religioso o ideológico. Kant ha expuesto diversas formulaciones del imperativo categórico:
• «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal. Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza».
• «Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio».
Todas estas fórmulas citadas en la “Crítica de la razón práctica” condensadas en una sola, la llamada «Ley básica de la razón pura práctica», o simplemente ley moral:
• «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal».
Lo importante aquí es la pregunta ¿Cómo vivir? Y no ¿Por qué vivir? Pero para mí (y con toda la modestia y la humildad necesarias para interpretar el pensamiento de un filósofo de tal nivel, pienso que lo pensaba también Kant), las dos cuestiones son equivalentes. Kant define aquí el punto agudo de la moralidad totalmente libre, es decir de la moralidad “real”.
Si seguimos Kant y si buscamos en los hechos y actos de los seres humanos los que son “imperativos categóricos”, la repuesta es que hay muy pocos. Los hombres que viven con el criterio del imperativo categórico, le llamamos o Santos o locos. Porque es cierto que, del punto de vista secular y desde tiempos inmemorables se llaman Santos o locos a los que parecen olvidar su interés propio y actúan de tal manera que sus actos podrían valer como principio de una legislación universal.
Esta es la verdadera tragedia en la historia de la humanidad. Y no se reduce, como lo postulan los marxistas, a una forma filosófica de la lucha de clases o, como piensan aquellos otros a las consecuencias de las variantes o modalidades de totalitarismo. Esta tragedia es universal, pero también es personal.
Diciendo eso, me vienen en la memoria imágenes que todos hemos visto de los actos más crueles del nazismo. Siempre lo he pensado: no miramos en estas imágenes los actos bárbaros de un sistema inhumano (¡aunque sí que fue inhumano!), sino que miramos los actos de personas individuales que actúan de una manera inhumana. Cada una de estas personas fue capaz de matar, de torturar; pero cada una es una persona individual que ha perdido su libertad. No quiero decir que fue obligado por los jefes o por el sistema a actuar de tal manera. Quiero decir que eran conscientes que habían perdido su libertad.
Es una desgracia sobrevenida la pérdida voluntaria de libertad, este mal en si es una tragedia que nos conduce a la fatalidad. Es decir la pérdida del principal requisito de una moralidad verdadera, la libertad.
En estos momentos me viene a la memoria, el libro de Primo Levi “Si esto es un hombre”, en el que se cuenta la experiencia cotidiana propia del autor, de ascendencia judía, durante su cautiverio en el campo de exterminio nazi de Auschwitz. Un día ha venido cerca del campo, detrás de las mallas, un perro afectuoso:
“[...] un día, un perro vagabundo apareció por el campo de concentración. Los prisioneros [...] llamaron al perro Bobby y este se acostumbró a saludarlos con alegres ladridos cuando formaban por la mañana o a la vuelta del trabajo. “Para él —era incuestionable— fuimos hombres”. Pero este frágil consuelo no podía durar: al cabo de unas semanas, los centinelas echaron al inoportuno animal y el “último kantiano de la Alemania nazi” reanudó su vagabundeo”.
Teniendo en cuenta esta deshumanización a la que fueron sometidos y donde la presencia de un perro servía de referencia para no perder su dignidad como seres humanos siendo víctimas de esta brutal manipulación por parte del nazismo , y además el último kantiano en la patria de Kant, hay que descartar la imagen de un ser libre en su foro interno, que da su alegría a unos anónimos, sin interés otro que el amor que hay que compartir, es decir en un acto categóricamente imperativo. El ultimo kantiano de la Alemania nazi a mí también, lector, me ha hecho derramar lágrimas de emoción por tan emotivo suceso.
Pero la norma kantiana no es algo que nos sirve para manejar el mundo. Si solo fuera eso, no valdría más que los demás sistemas de gestión. Es algo que cada uno recibe de los demás y da a sus semejantes. Detrás de la formulación árida de Kant se esconde un concepto profundo del amor. Y Kant, en mi opinión pensaba de esta forma.
Todos los que han leído ha Kant han notado el cambio en la argumentación entre la “Critica de la razón pura” y la “Critica de la razón práctica”.
En la primera obra se demuestra que cuando el ser humano reflexiona sobre temas que no surgen directamente de la experiencia (hechos “a priori”) la razón no puede llegar a ninguna conclusión. Dios es uno de estos hechos y de este punto de vista, se puede decir que, en esta obra, Dios “sale por la puerta grande”.
Pero en la segunda, Dios “entra por la ventana”. Porque cuando Kant se pregunta porque existe (o debería existir) la moralidad y la libertad, la única razón que encuentra es que es un deseo y una donación de Dios.
Ha dicho Kant (cito de memoria pues no tengo el libro a mano) que hay dos cosas que le sorprenden: la belleza del cielo estrellado y el conocimiento de lo bueno y de lo malo en el corazón del hombre. Esta magnífica reflexión suscita muchos comentarios porque todo Kant está dentro de ella. Pero eso está demasiado lejos del propósito de este modesto artículo.
Así es la vida :
- La necesidad de sobrevivir, es decir de encontrar lo necesario para la conservación de sí mismo y de los demás. Es una cuestión organizativa de la sociedad, es decir de política y de inteligencia.
- La necesidad de encontrar la moralidad libremente elegida, incondicional, amorosa, bella. Eso nos lleva hasta “ El corazón “. Es la cuestión más difícil para el ser humano. Una cuestión que resuelven los Santos y los locos ¡Santa locura!
- Y la esperanza en la inmortalidad del alma ya sea dada por Dios o de cualquier otra inteligencia. Se puede conseguir si tenemos el corazón dispuesto.
Autor del articulo : Maria del Rosario S.
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