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LA MUERTE DE CRISTO

La muerte de Cristo, sus antecedentes y consecuencias son bien conocidos. Cuatro evangelios canónicos nos los han descrito. ¿Por qué escribir de nuevo sobre este tema? He intentado argumentar aquí este tema sagrado relacionando las narraciones con diversos comentarios, extrayendo de los cuatro evangelios los puntos de vista que en ocasiones son poco conocidos o (en mi humilde opinión) a veces malinterpretados.



“Se acercaba la fiesta de los Ázimos, llamada Pascua. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de hacerle desaparecer, pues temían al pueblo. Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia el modo de entregárselo. Ellos se alegraron, concertaron un  dinero por la entrega de éste. Él aceptó, tramando el momento oportuno para la entrega sin que la gente lo advirtiera”.(Lucas XXII, 1-6)


La fiesta de Pascua es muy antigua; ha tenido diversos significados a lo largo de la historia del pueblo hebreo. Ahora conmemora la salida de los hebreos de Egipto conducidos por Moisés.


 En se référant au texte d’Exode où Dieu a enjambé les demeures des fils d’Israël – marquées du sang d’agneaux – afin de leur épargner les plaies qui se sont abattues sur les Egyptiens, la tradition juive a mis cette fête en relation avec la sortie d’Egypte. 

Pero también la palabra “Pascua” designa la cena que se realiza ese día. Jesús pasó su última cena de Pascua en la casa de un hombre del cual los evangelios no dan el nombre. Es esta cena el inicio el rito de la Eucaristía celebrada hasta nuestros días.


Philippe de Champaigne, La Cène, vers 1652, huile sur toile, Paris,

Los sumos sacerdotes eran en aquel entonces las mayores autoridades religiosas de los judíos. Los escribías eran hombres sabios de gran importancia, habilitados para la interpretación de los textos sagrados con el fin de dar un juicio sobre ellos en caso de dudas.
También es durante esta última cena que Jesús anuncia a Pedro que renegará de él:
“¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.
Él dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y hasta la muerte.»
Pero él dijo: «Te digo, Pedro: Antes que cante el gallo hoy me habrás negado tres veces que me conoces.» (Lucas, XXII, 31-34)


"Antes que cante el gallo hoy me habrás negado tres veces que me conoces"

Jesús estaba hablando con sus apóstoles cuando llegaron los soldados.
Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un numeroso grupo armado con espadas y palos; enviados por los sumos sacerdotes como por los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle». Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Rabbí!», y le dió un beso.


El beso de Judas

Jesús le dijo: «Amigo, ¡haz lo que has venido a hacer!» Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó  hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, cortando la oreja. Habló entonces Jesús: «Devuelve tu espada a su lugar, porque todos los que empuñen la espada a espada perecerán.¿ O piensas acaso que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría en este momento a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?» En aquel momento Jesús les dijo: «Cómo se detiene a un salteador habéis venido a prenderme con espadas y palos»“Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar y no me detuvisteis”. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.» 
Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron. Aquellos que prendieron a Jesús lo condujeron a presencia del Sumo Sacerdote Caifás, con éste se habían reunido los escribas y los ancianos.
 (Mateo, XXVI,47-56)
Podemos afirmar que Caifás era el jefe de los sacerdotes judíos, y el único interlocutor ante los romanos desde el año 18. Pero a demás sera yerno de Anás al que había sucedido, destituido por los romanos en el año 15, este seguía teniendo grandes poderes e influencias al más alto nivel. De hecho los dos hombres, Caifás y Anás concertaron para detener y llegado el caso asesinar a Jesús. 



Caifas. Obra de  Luis Álvarez Duarte
Si atendemos al evangelio de Juan se produjeron dos comparecencias de Jesús ante el sanedrín (asamblea de los sacerdotes). La primera tuvo lugar la misma noche que llevaron a Jesús a presencia deAnás, la segunda fue llevado a presencia de Caifás.  El encuentro con  Anás fue de corta duración pero lleno de dureza hacia Jesús según relata Juan en su evangelio.
Pedro le siguió con mucha precaución hasta el palacio del Sumo Sacerdote; Cuando entró en el palacio se dirigióhacia donde estaban los criados para ver el desenlace. (Mateo, XXVI, 58).
Lo sucedido las horas siguientes se desconoce. Los evangelistas no escribieron acerca del lugar donde Jesús pasó la noche después de su comparecía ante Anás.
Los sumos sacerdotes y el Sanedrín al completo urdieron un plan para condenar por falso testimonio a Jesús, resueltos a asesinarlo pero no  encontraron dicha prueba. Ni siquiera lo lograron con la comparecencia de muchos testigos todos ellos falsos. Al final del proceso se presentaron dos que testificaron: «Este dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios y en tres días edificarlo.» Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?». Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conmino por Dios eterno que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.». Dijo Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y acudir desde las nubes del cielo.» Oído esto el Sumo Sacerdote rasgó su túnica y dijo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. 
¿Qué os parece?» Respondieron todos diciendo: «Es reo de muerte.» Entonces se pusieron a escupirle abofeteando su cara; Mientras tanto otros le golpearon, diciendo: «Adivína Cristo. ¿Quién de nosotros es el que te ha pegado?». (Mateo XXVI, 59-68)
Cuando amaneció todos los sumos sacerdotes y todos los ancianos del pueblo dictaron una resolución: la condena a muerte de Jesús. Después de atarlo, lo llevaron y lo entregaron al procurador Pilato. (Mateo XXVII, 1-2)


Jesus y Pilato. Obra de Duccio di Buoninsegna



Poncio Pilato (en latín: Pontius Pilatus), miembro del orden ecuestre, fue el quinto prefecto de la provincia romana de Judea, entre los años 26 y 36. Cuando Jesús fue llevado a su presencia aquella víspera de la Pascua del año 784 de la fundación de Roma, llevaba siete años al frente de esta provincia romana, cuya capital era Cesarea Marítima situada a unos 100 kilómetros de Jerusalén, donde disponía de unos 3.000 soldados. Pilato solo acudía a la ciudad sagrada de los judíos en las fiestas; En aquella época se alojaba en el Palacio-fortaleza construido por Herodes el Grande. «Pilato se ha convertido en un símbolo tradicional de la vileza y de la sumisión a los bajos intereses de la política», señalaba José Antonio Pérez-Rioja en su «Diccionario de Símbolos y Mitos». Más sorprendente resulta comprobar que el mismo Poncio Pilato, que tuvo en sus manos la vida y la muerte de Jesús, es considerado santo por la iglesia etíope y la copta egipcia. Algunos textos apócrifos le llegan a asignar incluso un final de mártir.

Desde la casa de Caifás es conducido Jesús a presencia del pretorio. Era de madrugada. Ellos no llegaron a entrar en la residencia del pretorio para no contaminarse y poder así comer en la Pascua. Pilato salió a su encuentro, al exterior donde ellos estaban preguntando: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado.». (Juan XVIII, 28-31)
Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey.» (Lucas, XXIII, 2-3)
Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley.» Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie.». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de que forma iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato respondió con una pregunta: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. «Todo aquel  que es de la verdad escucha mi voz.» Le preguntó Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él». 
(Juan, XVIII, 31-38)


Dice Pilato a los sacerdotes : " Yo no encuentro ningún delito en él"

Podemos descartar la pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?”. No se trata del hecho de saber si son o no son verdaderos las acusaciones contra Jesús. Es una reflexión directa de Pilato a las palabras pronunciadas por Jesús un poco antes: “Pero el que obra la verdad va a la luz”, es decir una pregunta básica en filosofía. Aparece aquí un aspecto de Pilato que es en sí contradictorio con el sentimiento popular en general: Pilato no es solo el símbolo de la sumisión “a los bajos intereses de la política”. También es un hombre que tiene dudas sobre el sentido de la vida. Está claro que Pilato consideraba a Jesús como un ser totalmente inocente.
Pilato preguntó al oír esto, si aquel hombre era galileo. Cuando supo que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también en Jerusalén. Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía mucho tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal realizada por él. Le preguntó con mucho interés, pero él no respondió nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes junto a su guardia le despreció y se burló de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato. 
Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados. (Lucas, XXIII- 6-12)
Pilato supo que Jesús era galileo, entonces pensó en usar esta circunstancia para salir de este apuro apelando a la jurisdicción entre los gobernadores.

Cada Fiesta como era costumbre, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. Tenían a la sazón un preso famoso, llamado Barrabás. Y cuando ellos estaban congregados, les preguntó Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?», pues sabía que le habían entregado por envidia. Mientras él estaba sentado en el tribunal, le mandó un recado su mujer: «No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa.». Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y cuando el procurador les dijo: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?», respondieron: «¡A Barrabás!».  


¿ Cristo o Barrabás ?

Pilato les preguntó: «Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?» Y todos a una: «¡Sea crucificado!». «Pero ¿qué mal ha hecho?», preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza: «¡Sea crucificado!». Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis.». Y todo el pueblo respondió: «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» Entonces, puso en libertad a Barrabás;  después de azotar a Jesús lo  entregó para que fuera crucificado. Entonces los soldados del procurador condujeron a Jesús ante el pretorio. Se reunió en torno a él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le pusieron encima un manto color púrpura; a continuación trenzaron una corona de espinas y se la pusieron sobre su cabeza, después en su mano derecha le pusieron una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!» y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza. (Mateo XXVII, 15-30)
Dice Mateo en su evangelio que Barrabas era un preso famoso. Marcos y Lucas dan más indicaciones: “Estaba en la cárcel por motín y asesinato” (Lucas, XXIII, 19). No se sabe más de Barrabas. Era un nombre muy corriente porque significa “Hijo del Padre”, lo que puede aplicarse a cualquier persona. Pero tengo una opinión personal sobre este asunto: es que hay una simetría lingüística entre Barrabas “Hijo del Padre”, y Jesús “Hijo del Padre, es decir hijo de Dios”. Puede ser que es por eso, que algunos manuscritos tardíos llaman Barrabas “Jesús Barrabas”. Eso da una elegancia literaria particular a la pregunta de Piloto que sería: “«¿A quién queréis que os suelte, a Jesús Barrabás o a Jesucristo ?».

La crucifixión es un método antiguo de ejecución, donde el condenado es atado o clavado en una cruz de madera o entre árboles o en una pared, normalmente desnudo, y dejado allí hasta su muerte. Esta forma de ejecución fue ampliamente utilizada en la Roma Antigua y en culturas vecinas del Mediterráneo. La crucifixión fue utilizada por los romanos hasta 337. La crucifixión era usualmente utilizada para exponer a la víctima a una muerte particularmente lenta, horrible, para disuadir a la gente de cometer crímenes parecidos y por tanto se hacía de una manera pública. En algunos casos, antes de la crucifixión, los romanos acostumbraban a dar latigazos (flagelar) al reo. Después, durante el trayecto hasta el lugar de ejecución, el condenado era obligado a cargar un yugo de madera ("Patibulum" o "furca") sobre sus propios hombros,  este elemento solía ser usado como travesaño de la cruz. La persona en cuestión solía ser atada al patíbulo por medio de cuerdas en muchos de los casos, pero el uso de clavos está documentado por varias fuentes.


Flagelación de Christo

Después de burlase de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo condujeron para crucificarlo. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz. (Mateo XXVII, 31-32)

Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, «Calvario», le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. (Mateo XXVII, 33-34)

Gólgota es una pequeña colina donde hay un cúmulo de piedras redondas con apariencia de cráneo. Así se explica el nombre en latín “Calvae” o “Calvaefocus”, transformado en francés en “Calvaire” y en español “Calvario”.

El vino mezclado con hiel que Jesús no quiso beber era utilizado de forma habitual como un narcótico. Pero Lucas (XV, 23) describió este hecho:”Le daban vino con mirra “.La mirra es una sustancia resinosa aromática. Se obtiene haciendo una incisión en el tronco del árbol Commiphora myrrha,  se trata de una resina gomosa, amarga y aromática de color amarillo. 

Era usada como anestésico tanto para los moribundos como para los condenados a muerte, se solía dar mezclada con vino. Se sabe que no fueron los romanos quienes le dieron este narcótico a Jesús sino la gente que lo acompañaba.

La corona de espinas de Jesús se ha convertido en un importante símbolo de la fe cristiana, desde un punto de vista histórico se tienen dudas sobre la identidad de las personas que le pusieron a Jesús la corona de espinas aunque algunas sospechas recaen en los soldados romanos. Cabe la posibilidad  de que este sea un detalle que han añadido los evangelistas para destacar el escarnio de los soldados, grotesco homenaje al que llamaban Rey; también se desconoce si Jesús llevaba esta corona sobre su cabeza en el momento de su crucifixión.



Era la hora tercia, tercera después del amanecer, es decir sobre las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena en lo alto del poste: «El Rey de los judíos». Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo:

 «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Igualmente los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban de él: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.» También le injuriaban los que con él estaban crucificados. (Marcos XV, 24-28)
Lo de colocar un letrero en lo alto del poste no constituía una excepción en el caso de Jesús, se hacía siempre para poner en conocimiento al pueblo el motivo del castigo. Juan nos cuenta en su evangelio: "Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos.» Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato : «No escribas: "El Rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos".» Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito.» (Juan XIX, 19-22).


INRI

Los soldados después de crucificar a Jesús tomaron sus vestidos, dividiéndolos en cuatro partes, una parte para cada soldado, pero su túnica fue echada a suertes como dicen las escrituras. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura: "Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica". Y esto es lo que hicieron los soldados. (Juan XIX, 24). Es el libro de Salmos XXII, 19, donde encontramos la referencia en las Escrituras.

Ahora empieza la agonía de Jesús.



Los evangelios canónicos recogen lo que llamamos “Las siete palabras” que fueron las últimas frases de Jesús en la cruz:
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas, XXIII, 34).
"Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso." (Lucas, XXIII, 43).
"Mujer, ahí tienes a tu hijo. [...] Ahí tienes a tu madre." (Juan, XIX, 26-27).
"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo, XXVII, 46 y Marcos, XV, 34).
"Tengo sed." (Juan, XIX, 28).
"Todo está cumplido." (Juan, XIX, 30).
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." (Lucas, XXIII, 46).



La primera palabra fue pronunciada por Jesús en la agonía de la crucifixión, momentos antes de que los soldados se repartieron sus vestidos. No se sabe a ciencia cierta si estas palabras están destinadas a los soldados o tal vez se refiera a los sacerdotes y escribas. Pero también puede referirse a la humanidad entera si recordamos este diálogo con Pedro: “Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» (Mateo XVIII, 21-22)

La segunda es la conclusión del diálogo entre Jesús y uno de los dos ladrones crucificados junto a él : “ Uno de los malhechores crucificados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?  Nosotros tenemos un justo castigo por aquello que hemos hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.». Jesús le respondió: 
«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.» (Lucas XXIII, 39-43).
Estas palabras me parecen unas de las más emocionantes de los Evangelios. En algunas traducciones protestantes de la Biblia tuve la oportunidad de leer esta frase de Jesús que desde un punto de vista literario, me encanta (cito de memoria): 
“Yo te aseguro: hoy estarás a mi lado a la mesa del Padre”.

La tercera palabra es referida a su madre, María y a su discípulo predilecto Juan :
” Jesús, viendo a su madre que estaba acompañada por su discípulo preferido, habló a su madre y le dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.». Luego hablándole a su discípulo le dijo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa." (Juan XIX, 25-27).

La cuarta palabra recogida en los evangelios de Mateo y Marcos se pueden interpretar de diversas formas. Algunos interpretan que son las últimas palabras de Jesús antes del suspiro final, son las últimas palabras de Dios siendo hombre y sufriendo lleno de dudas. Esto es comprensible sabiendo que Jesús, durante la noche antes su detención sintió una inmensa tristeza y angustia:” Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,” Juan y Jacobo (Santiago)” comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre si es posible aparta de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres.» (Mateo XXVI, 37-29).
Sin embargo, estas frases de Jesús se pueden entender muy fácilmente atendiendo a los primeros versos del Salmos XXII, que además de ser un Salmo de angustia es también un Salmo de esperanza:
“Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan a Yahveh le alabarán: «¡Viva por siempre vuestro corazón!». Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines de la tierra, ante él se postrarán todos los pueblos de la Tierra. Que es de Yahveh el imperio, del señor de las naciones. Sólo ante él se postrarán todos los poderosos de la tierra, ante él se arrodillarán todos aquellos que pisan la tierra. Y para aquél que ya no viva, le servirá su descendencia: ella hablará del Señor en la edad venidera, contará su justicia al pueblo que esté por nacer: Esto lo hizo él.” Salmos XXII, 27-32).

La frase  quinta “Tengo sed”  solo se encuentra en Juan XIX, 28: “Después de esto, Jesús tenía conocimiento de que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera lo mencionado en la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Una vasija llena de vinagre se encontraba en el lugar.  En el extremo de una rama de hisopo (Hyssopus officinalis)  unieron una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca.» (Juan 28-29). Aquí tenemos una referencia directa a  Salmos LIXX, 22.

La frase sexta: “Todo está cumplido” son las últimas palabras de Jesús en el evangelio de Juan :“Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.”. (Juan, XIX, 30). Debemos entender según mis creencias que Jesús anuncia así el fin del Antiguo Testamento y el inicio del Nuevo. Jesús inicia con estas palabras  un camino nuevo comienza por tanto la separación entre las creencias del pueblo cristiano y las creencias del pueblo judío.

La frase séptima en el evangelio de Lucas se pone de manifiesto las últimas palabra de Jesús,  referencia a Salmos XXXI, 6 :” Era ya cerca de la hora sexta (doce del mediodía) cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona (novena hora) “ las tres de la tarde “. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho esto, expiró.” (Lucas, XXIII, 44-46).

Los últimos momentos en la vida terrenal de Jesús son relatados en Mateo y Marcos así:

"Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemásabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?». Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama éste.». Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle.». Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu." (Mateo XXVII, 45-50)

“Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lama sabactaní?», - que quiere decir - «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?». Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías.». Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y sujetándola a extremo de una caña, se la ofreció para beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.» Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.» (Marcos, XVI, 33-38).


Dice el centurión :  "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"

Autor : Maria del Rosario Sanchez-Rodriguez

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