El tanatopractor se llama Alexander. No conocemos su apellido. El periodista se llama Clément Puré y el artículo fue publicado por la primera vez en la revista francesa VICE France en septiembre 2016. Traducción española por Mario Abad. Todas las fotos por el autor.
Alexandre se mueve en silencio alrededor del cadáver. Lo levanta, le da la vuelta y continúa su trabajo, manejando el bisturí con movimientos precisos y calculados. No es un asesino, sino un tanatopráctico, cuyo trabajo consiste en preparar cadáveres para su funeral. "Hago que personas difuntas que no conozco de nada tenga buen aspecto", explica. Con su corte de pelo impecable, la camisa perfectamente planchada y una cara que en absoluto delata su profesión, Alexandre podría pasar más por un estudiante de empresariales que por tanatopráctico.
"En Francia, las técnicas de embalsamamiento modernas se empezaron a practicar en las décadas de 1960 y 1970", señala. Aunque los rituales de conservación de cuerpos existen desde antiguo, en Francia eran muy poco comunes hasta que un hombre llamado Jacques Marette, director de una empresa funeraria, abrió la primera escuela de embalsamamiento e hizo de esta práctica una disciplina. "Antes de eso, la gente solo se centraba en la ceremonia funeraria. La presentación del difunto era secundaria".
El proceso de embalsamamiento garantiza que el cuerpo no continúe deteriorándose, ya sea colocándolo sobre una superficie refrigerada o "invadiendo" el sistema vascular con un agente limpiador. A continuación, el cadáver se viste, maquilla y peina.
Obviamente, pocos pensarán que se trata de una profesión alegre. Antes de llegar al laboratorio de Alexandre, esperaba ser recibido por un intenso olor a desinfectante y un enjambre de moscas en torno a un cadáver putrefacto. Sin embargo, la escena que se desplegó ante mis ojos resultó ser bastante más tolerable de lo que imaginaba. Aunque no es un sitio al que iría a pasar una tarde de viernes, tampoco acabó siendo una experiencia tan deprimente.
"Este es un caso poco común", señala Alexandre sin quitar la vista del cadáver que tenía delante. Parte de la pierna de la difunta había empezado a descomponerse; al parecer murió de cáncer. Tras lavar el cuerpo, Alexander utiliza una solución de formalina para frenar el proceso de descomposición. Su tarea no es la de arreglar nada: él solo se limita a evitar que la situación no empeore ocultando el deterioro y los olores que lo acompañan.
Coloca una especie de vara en el abdomen y practica una incisión en la garganta, desde la cual accede a una arteria en la que inserta un tubo. A continuación, conecta una bomba al conducto e inyecta una especie de líquido de conservación a la vez que extrae la mezcla de sangre, fluidos corporales y formalina del cuerpo. El proceso dura entre 20 y 30 minutos.
"Cada vez es más complicado ejercer esta profesión", se lamenta, sin dejar de trabajar. Alexandre tiene su propia empresa y tiene un empleado, aunque espera poder contratar a otro en pocos meses. Trabaja siete días a la semana, empieza a las 7 de la mañana y la mayoría de las noches suele terminar tarde. "Este es uno de esos trabajos que te obligan a traerte a tu mujer para poder pasar más rato con ella", bromea.
"El verdadero problema es que nunca puedes desconectar", agrega. "Si me tomo la tarde libre, sé que en cualquier momento me pueden llamar para realizar un tratamiento. Siempre estoy disponible en el móvil y tengo el equipaje hecho en el maletero del coche".
Alexander no está obligado a atender las llamadas, aunque pueda parecerlo al oírle hablar. "Es todo lo que puedo hacer por los difuntos y sus familias. ¿Te imaginas que tuvieras que esperar dos días para ver a tu padre porque el tanatopráctico está de vacaciones?". Un argumento muy convincente, la verdad. "Muchas veces me dicen que mis 'pacientes' pueden esperar, pero generalmente las familias no pueden ver a sus seres queridos hasta que haya hecho mi trabajo".
Mientras la bomba sigue drenando los fluidos, Alexandre pasa a la siguiente fase: limpiar cuidadosamente la cara de la difunta. Utiliza algodón para obstruir los orificios y evitar pérdidas inesperadas y, a continuación, cose la boca del cadáver para asegurarse de que permanezca sellada y no se mueva.
"Siempre me preocupa cometer un error. En esta profesión no hay lugar para los fallos, solo tienes una oportunidad". Una consideración no solo ética sino también económica, puesto que un error podría costarle un cliente.
El embalsamamiento no es una práctica obligatoria en Francia, sino un servicio más que los directores de las funerarias ofrecen a las familias. No obstante, "algunos directores últimamente lo incluyen en los paquetes que ofrecen, sin dar mucha opción a elegir". Las grandes funerarias contratan tanatoprácticos a tiempo completo, si bien la mayoría externaliza este servicio.
"La formación también es muy importante", murmura. "En Francia las facultades admiten a un número muy limitado de alumnos al año". La formación tiene una duración de dos años y está dividida en una parte teórica y otra práctica. "Normalmente, cada estudiante debe pagar al tanatopráctico que le daba clases", pero como Alexander no tuvo que pagar a su mentor, tampoco cobra nada a sus aprendices.
Hacia el final de nuestra charla, Alexander ha terminado su trabajo: el cuerpo de la difunta está vestido y maquillado. Tras colocar el cadáver en el ataúd, le da los últimos retoques al peinado, comprueba por última vez que todo esté perfecto y sonríe, orgulloso del resultado. La cara de su paciente se ha transformado por completo en cuestión de pocas horas. Ahora parece descansar en paz, y gracias a Alexandre, mantendrá ese semblante hasta el día del funeral, que se celebrará varios días después.
Autor del articulo : Maria del Rosario S.
Comentarios
Publicar un comentario